Ironías de la violencia y la protesta


Por Carlos Reyna , La Republica .

En nuestra democracia a la peruana, un gobierno tiene mayor capacidad para usar la fuerza del Estado en contra de una protesta social que en contra de un grupo terrorista o del crimen organizado.

 

Una protesta social es por lo regular una expresión legítima de la opinión de un sector social. Que se manifieste a través de marchas y movilizaciones no la hace peligrosa para la sociedad. Al contrario, puede contribuir a que se fortalezcan sus instituciones al revelar que hay problemas serios que estas deben resolver.

 

Un grupo terrorista, o el crimen organizado, son fuerzas ilegales, ilegítimas y antisociales. De hecho representan un grave riego para la sociedad, pues por lo general usan letales armas de fuego. Son expresiones netas de violencia.

 

La ironía reside en que en nuestro país, y en otros, los gobiernos y Estados son más efectivos para reprimir algo que viene desde la sociedad, como una protesta, que para enfrentar algo que va frontalmente en contra de la sociedad, como el terrorismo o la delincuencia organizada.

 

Eso es lo que pasa ahora, por un lado, con el movimiento cajamarquino en contra de la mina Conga, y, por otro, con la violencia armada de los senderistas en el VRAE o de los sicarios y extorsionadores que asolan las ciudades del Norte.

 

Lo que ocurre es que una protesta social como la de Cajamarca, en comparación con el terrorismo o los sicarios, es mucho más vulnerable frente a la fuerza –la violencia diría Max Weber– y otros recursos del Estado.

 

Una protesta se desarrolla de manera abierta, anuncia sus actos, sus dirigentes son conocidos y de fácil ubicación. Aunque tenga un amplio respaldo, puede ser frenada por un gran despliegue de fuerzas policiales y militares, por la criminalización de sus dirigentes y por el bloqueo a sus demandas por parte de los tres poderes del Estado y del Tribunal Constitucional.

 

En una era en que ya no se puede prescindir de los medios, una protesta social también es vulnerable a la minimización que de ella hagan los medios masivos. O a cómo otros actores logren manejar las circunstancias para atraer para sí los reflectores de la prensa. Un gobierno puede manejar de ese modo, por ejemplo, un rescate de mineros sepultados o unas operaciones antisubversivas.

 

Las propias acciones terroristas contribuyen al aislamiento de la protesta social. Por obvias razones, la prensa le da prioridad en sus primeras planas a la espectacular acción subversiva. Y por otro lado, esta acción le da legitimidad al sesgo represivo que pueda asumir la política del gobierno.

 

Sin embargo, nada alimenta mejor a la prédica terrorista que la derrota sistemática de los movimientos sociales y el bloqueo institucional de sus demandas. Ese tipo de bloqueo, una y otra vez, es lo que convence a algunos activistas para enrolarse en la subversión armada.

 

Por eso, si la protesta social es vencida, quizás los festejos ocurran no solo en la Sociedad de Minería sino en algunos puntos del VRAE

 

  1. #1 por v.regional el 21/04/2012 - 09:38

    Por Renato Cismeros,
    Que hablen los monstruos

    La Republica, Sabado, 21 de abril de 2012 | 5:00 am
    Mucha gente duda de la naturaleza del encuentro que tuvieron tres medios locales con el camarada ‘Gabriel’ en Alto Lagunas. “Eso está armado”, dicen, escépticos, para luego sostener que la prensa no puede darles tribuna a los senderistas porque eso va en contra del supuesto interés nacional.

    Quienes opinan así no reconocen que la entrevista a ‘Gabriel’ es un mérito enorme de unos periodistas que hicieron lo que hacen los reporteros cuando están en el limbo de una cobertura improductiva: olvidarse de la exclusiva egoísta y unir esfuerzos (y seguramente viáticos) para ver si juntos encuentran algo que contar. En este caso, además del helicóptero 357 derribado en medio de la selva, encontraron a un grupo de terroristas demasiado relajados como para estar sufriendo el acoso del contingente policial. Contingente que, dicho sea de paso, jamás fue avistado por los colegas. Así me lo confirmó hace dos noches el periodista de El Comercio Ralph Zapata, que estuvo en La Convención junto con los enviados de La República y Panamericana.

    Los que afirman que la prensa no debería tomarles testimonio a los terroristas quizá se olvidan de lo trascendente que fue en 1988 la famosa Entrevista del Siglo a Abimael Guzmán, publicada en varias páginas de El Diario. Allí Guzmán —como ahora ‘Gabriel’ y como ‘Artemio’ en su momento— se despachaba y quedaba totalmente expuesto en su orfandad ideológica y su salvajismo delirante. Darles micrófono a estos sujetos no es darles vitrina: es más bien acercarlos a un espejo que automáticamente revela el tamaño de su monstruosidad.

    La prensa nos viene contando por capítulos la crónica negra que desde el Gobierno se nos quiere narrar como fábula bucólica. Sin malicia tal vez, pero con un grado de torpeza que ofende incluso más que la malicia. Si los ministros del Interior y Defensa piden “transparencia”, que empiecen por franquearse y pasar en limpio las inverosímiles explicaciones que nos vienen dando sobre lo que está sucediendo allá en el VRAE.

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